sábado, 13 de julio de 2013

SORPRESA EN SAN ALESSIO...

 
                Antes de continuar con mi "Diario de viaje" me gustaría parar un momento para recordar y contar una de las cosas más me han emocionado en todos mis viajes a Roma y, por supuesto, en este último..., supongo que debido a que mi estado de ánimo estaba preparado para encontrar todo lo que antes había conseguido pasar por alto y que, en esta ocasión, no estaba dispuesto a dejar atrás...
            Muchas son las cosas que he descubierto en esta ocasión, vagar por Roma siempre tiene su recompensa, dejarte "caer" por las calles, con la mirada puesta en cada rincón, tratando de simular que es la primera vez que ves la ciudad, que estás dispuesto a aceptar cada reflejo o cada visión que imaginas como una realidad que pasa ante tus ojos, impresionando tu retina y guardando ese recuerdo en lo más profundo de tu corazón, prometiendo guardarlo allí para siempre, es lo que, para mi, hace de Roma lo que es y, precisamente esto, es lo que viví una mañana soleada de sábado en la Basílica de San Alessio, sinceramente, no puedo olvidarlo y lo guardo en mi memoria recurriendo a esos minutos de paz absoluta cada vez que me es necesario evadirme de la realidad diaria, lo que, por desgracia, me sucede más a menudo de lo que quisiera.


            Antes de nada, me gustaría introducir un poco el escenario y, quizá, un poco del personaje.
            La Basílica de San Bonifacio y San Alessio, se encuentra en la parte más alta de la colina del Aventino, junto a la Sede de la Embajada de la Orden Militar de Malta ante la Santa Sede (ante el estado de Roma está en la Via del Condotti) a su izquierda y a su derecha la preciosa iglesia de Santa Sabina con su Giardino degli Aranci... Construida en el siglo IV, cuando el papa Honorio III ordenó construir un templo dedicado a San Bonifacio, en 1217 fue dedicado también a San Alessio. Reconstruida en varias ocasiones, se procuró salvaguardar como calco de su plano románico original con tres naves. En el lado sur se encuentra el monumento funerario de Eleonora Boncompagni Borghese y en el crucero sur encontramos la capilla de Carlos IV de España.
       Pero, quizá, lo que más llame la atención de la iglesia es la capilla que se encuentra a la izquierda de la entrada, la capilla de San Alessio. Según la leyenda, Alessio nació en Roma de padres estériles…, tras vivir lujosamente (sus padres eran adinerados, además de estériles), se escapó a Edesa donde vivió durante años de las limosnas, como un asceta. Al aumentar su fama de santidad decidió marcharse y se embarcó hacia Tarso, pero el viento en contra lo llevó a Ostia, donde decidió dirigirse a Roma y presentarse en casa de su padre quien, sin reconocerlo, lo acogió y, pensando que era un mendigo, lo dejó alojarse en un pequeño cuarto que había bajo la escalera de la casa, allí vivió Alessio diecisiete años en los que, entre otras cosas, escribió la historia de su vida. A su muerte, su familia descubrió, por el pergamino que sujetaba en la mano, quien era en realidad el mendigo que habían tenido alojado bajo las escaleras… Bien, pues en la capilla de San Alessio se puede ver, además de una genial escultura de un discípulo de Bernini, un trozo de esa escalera…


            Para ser francos, esto lo averigüé después de mi visita, yo solo paseaba por la Via de Santa Sabina, de vuelta de la Piazza dei Cavalieri di Malta (donde, por cierto, no pude mirar por il Bucco porque había una cola de turistas francamente increíble), cuando me acerqué a la puerta del convento, me gustó la plaza interior y decidí pasar… Bueno, estaba bien el patio pero, francamente, no era cosa de otro mundo, de pronto, escuché música que venía de la iglesia que abría su puerta a este patio, me gustó y decidí investigar que era, además, había más gente entrando y saliendo, así que… entré en San Alessio. Siempre me han gustado las iglesias de Roma, frescas, bellas y tranquilas, en esta, además (pensé yo), habían tenido el buen gusto de instalar unos altavoces con música ambiental, para que los turistas disfruten… buena idea y buen gusto musical, unas piezas de un cuarteto de cuerda y clavicordio, música barroca, ya digo, muy apropiado…

          
  Estuve “revisando” la iglesia, traté de hacer unas cuantas fotos a la “escalera de San Alessio”, pero con tan poca luz me resultó imposible y no me gusta utilizar el flash en las iglesias, así que probé bajando la resolución a un ISO 400…, en fin, que no salía, así que, escuchando aquella maravillosa música, avancé hasta el altar mayor que, curiosamente, se encuentra en el centro del crucero bajo un pequeño baldaquino, dejando el ábside libre, probablemente para algún coro de los frailes del convento, digo por la disposición de un entarimado en escalera que había, en cualquier caso, seguía fielmente la planta de una iglesia románica… La cuestión es que, conforme me acercaba al altar por la nave de la izquierda, descubrí que la música se hacía cada vez más clara y… no parecía una grabación o era una fantástica grabación. Cual fue mi sorpresa cuando, al llegar a la altura del crucero descubrí que no existía tal grabación, había, justo en el ábside, dos violinistas, un violonchelista y otro músico más tocando un clavicordio… LA MUSICA ERA EN DIRECTO!!! No se muy bien que hacían allí tocando, pero se notaba que practicaba, paraban de vez en cuando, comentaban alguna cosa, afinaban y comenzaban nuevamente… quizá fuera un ensayo para alguna boda o algún acto, no lo se, pero no pude por menos que sentarme en uno de los bancos de la iglesia y disfrutar de lo que me pareció un momento (luego descubrí que fue casi tres cuartos de hora) de maravillosa música barroca en directo por cuatro geniales músicos (eran geniales, francamente o eso me pareció a mi, quizá solo fuera la emoción del momento…). Había entrado en la basílica por casualidad (siempre he pensado que las casualidades no existen…) y me había sido regalado uno de los mejores momentos y que más recordaré de mi última estancia en Roma, son esas cosas que da la suerte o la providencia o como quiera cada uno llamarlo, yo me limitaré a decir que, para mi, fue una auténtica experiencia musical, turística y, desde luego, artística… Por cosas como esta adoro esta Cittá.



            Ya digo, fue un genial descubrimiento y un momento que recordaré mucho tiempo… Pero no era esa sola la sorpresa que me guardaba San Alessió, después de un rato escuchando música, decidí continuar con mi visita al templo, así que, después de hacer un par de fotos a los músicos (creo que las hice, más que nada, para poder asegurarme con el paso del tiempo de que no lo había imaginado, pero no quedaron mal, a pesar de la poca luz), me pase a la nave de la derecha (por su puesto, santiguándome al pasar ante el altar mayor, nobleza obliga) y, al llegar a la parte superior de la nave, junto al ábside, descubrí lo que parecía una puerta, aunque estaba tapada por una cortina gruesa de color burdeos (gruesa y con polvo de cuando hicieron el templo…). Como soy un curioso (para estas cosas si, aunque he de reconocer que la curiosidad en otros aspectos no es uno de mis numerosos defectos), no pude evitar retirar la cortina y ver a donde conducía la puerta… Está claro que aquello no era para turistas, había un montón de cajas apiladas en un diminuto pasillito y, al final, una verja. Una pequeña puerta de reja que permitía ver el otro lado… No me lo podía creer, San Alessio me guardaba otra sorpresa!. Al otro lado veía un jardín increíble, con lo que parecía ser parte del convento a la derecha y, al fondo, junto a un murete que hacía de balcón, una emparrado con un par de mesas de madera y unas cuantas sillas… totalmente idílico y, al fondo, como si hubieran puesto uno de esos paneles azules en los que se proyecta una imagen para hacer de fondo perfecto a algún periodista o entrevistado, la cúpula de San Pedro… Quien vivía allí?, no lo se, pero si me entero le pido en matrimonio, me da igual quien sea… solo por disfrutar de esa vista y de ese jardín habría hecho casi cualquier cosa (casi…).

            San Bonifacio y San Alessio, junto a Santa Sabina, antes de llegar a la Piazza dei Cavalieri di Malta, en la parte más alta del Aventino… No os lo perdáis y, si podeis (no se si está abierto siempre), no os perdáis el espectáculo del “jardín del párroco”…, no se si se llamará así, pero, para mi, con ese nombre se ha quedado.